El otro día y en el baúl de los recuerdos apareció este pequeño libro
de apenas 130 páginas. En un principio no me llamó la atención, pero me
entró el gusanillo de la curiosidad y no se cómo me hizo recordar mis
años estudiantiles, donde la educación en las familias humildes lo era todo o casi todo. Donde los padres apostaban porque sus hijos tuvieran la educación que ellos no recibieron. También me ha hecho recordar que entre mi generación y las de ahora existe un abismo, educativo, de valores y del sentido del esfuerzo y el trabajo. Este libro es un clásico de la pedagogía y de la sociología
italiana de mediados del siglo XX. La escuela de Barbiana, era una
aldea de las montañas próximas a Florencia, dirigida por un cura, Don
Milani, que se hizo célebre en Italia por su tipo de enseñanza y
formación, que no excluía a ningún muchacho, que sacaba lo mejor de
ellos mismos y les hacia estar orgullosos de su cultura. Si bien el
contexto social, político y económico actual en nuestro país no tiene
nada que ver con lo que aquí se nos narra, es un libro que debería de leer todo el mundo, para que nos demos cuenta que la educación no siempre ha sido como ahora. Y ahora voy a extraer varios fragmentos del libro que me han llamado la atención.
1) Querida señora: Usted ni siquiera se acordará de mi nombre. ¡Se ha cargado a tantos!
Yo, en cambio, he pensado muchas veces en usted, en sus compañeros, en esa institución que llamáis escuela, en los chicos que «rechazáis». Nos echáis al campo y a las fábricas y nos olvidáis.
2) El bosque: Cuando volvió, vi que me había comprado una linterna para la noche, una fiambrera y unas botas de goma para la nieve. El primer día me acompañó él. Tardamos dos horas, porque tuvimos que abrimos camino con el machete y la hoz. Luego me las arreglaba en poco más de una hora. Pasaba junto a dos casas solitarias. Con los cristales rotos, abandonadas recientemente. A ratos echaba a correr por una víbora, o por un loco que vivía solo en La Roca y me llamaba desde lejos. Tenía 11 años. Usted se hubiera muerto de miedo. ¿Se da cuenta? Cada cual tiene su miedo.
3) Las mesas: Barbiana no me pareció una escuela cuando llegué. Ni tarima, ni pizarra, ni pupitres. Sólo grandes mesas en las que se aprendía y se comía. De cada libro no había más que un ejemplar. Los chicos se apretujaban sobre él.
4) Curas y putas: Las maestras son como los curas y las putas. Se enamoran enseguida de las criaturas. Si luego las pierden no tienen tiempo de llorar.
5) Los campesinos en el mundo: Tal frase hay que grabarla en la puerta de vuestras escuelas. Millones de chicos campesinos están dispuestos a firmarla. Que los muchachos odian la escuela y les gusta el juego, lo decís vosotros. A nosotros, los campesinos, no nos lo habéis preguntado.
6) Política o avaricia: Además, enseñando aprendía muchas cosas. Por ejemplo, he aprendido que el problema de los demás es igual al mío. Salir de él todos juntos es la política. Salir solo, la avaricia.
7) Los chicos de pueblo: Cuando pusieron la Escuela Media en Vicchio, llegaron a Barbiana algunos chicos del pueblo. Pero estaban deformados en otras cosas. Por ejemplo, consideraban el juego y las vacaciones, un derecho; la escuela, un sacrificio. Nunca habían oído decir que a la escuela se va a aprender y que ir a ella es un privilegio. Para ellos el maestro estaba del otro lado de la trinchera y convenía engañarle.
8) Las niñas: De las niñas del pueblo no vino ni una. Quizás por la dificultad del camino. Quizás por la mentalidad de los padres. Creen que una mujer puede vivir hasta con un cerebro de gallina. Los hombres no le piden que sea inteligente.
9) El recreo: No había recreo. No había vacación ni siquiera el domingo. A ninguno de nosotros le preocupaba mucho porque el trabajo es peor aún.
10) Las reglas de la escritura: En junio del tercer año de Barbiana me presenté al examen final de la Escuela Media como libre. El tema de redacción fue: «Hablan los vagones del tren». En Barbiana había aprendido que las reglas de la escritura son: Tener algo importante que decir y que sea útil para todos o para muchos. Saber a quién se escribe. Recoger todo lo que viene bien. Buscarle un orden lógico. Eliminar todas las palabras inútiles. No ponerse limites de tiempo. Pero ante aquella redacción, ¿de qué me servían las humildes y sanas reglas del arte de todos los tiempos? Si quería ser honrado tenía que dejar la página en blanco o hacer una crítica del título y de quien lo había puesto.
Para finalizar un pequeño vídeo sobre la profesión docente.
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